Históricamente, los asentamientos humanos han tenido predilección por las cuencas fluviales. En un mundo donde todo parece dado por añadidura, ya no resulta tan relevante el hecho de vivir a la orilla de un río. Pero hubo un tiempo no tan lejano en el que tener un río cerca era un equivalente de riqueza, dado que permitía elaborar en torno a él diversas actividades económicas, así como servía de fuente de energía natural para accionar los molinos. Es por eso que el río Miera, además de dibujar un paisaje hermoso, guarda un especial significado para los habitantes de Liérganes, regando sus tierras de alegría y fertilidad.
Los nacimientos de los ríos suelen configurar uno de los retratos más impresionantes que nos regala la naturaleza, y este caso no iba a ser una excepción. Irrumpe en las Brañas del Pico Fraile, a 1.250 metros de altitud, justo en medio de Portillo de Lunada, en el corazón de un valle glaciar. Sus aguas bajan prestas por desfiladeros escarpados, con el mismo ímpetu y fuerza que un niño viene al mundo.
En sus primeros pasos, el Miera se muestra torrencial, acompañado de crecidas impredecibles y grandes desprendimientos, motivados por las empinadas pendientes, para luego calmarse y discurrir parsimonioso, como un paso de procesión, formando meandros. Hasta once municipios de Cantabria se ven bendecidos por sus cristalinas aguas. Desde Soba, San Roque y Miera, donde desciende implacable, hasta el tramo medio, donde se ensancha y apacigua, ya en el municipio de Rubalcaba, desde donde llega a Liérganes.
Son tan solo 45 kilómetros los que le separan de su desembocadura, en la en la Ría de Cubas, uno de los estuarios que alimentan la bahía de Santander. A lo largo de todo su enmarañado recorrido, el río tiene tiempo de sufrir constantes transformaciones, de inundar de vida sus aguas, e incluso, en un alarde de bondad infinita, de regalar su músculo a los habitantes de Liérganes.
Transformación económica de la zona
Las economías rurales siempre han dependido en buena medida de sus recursos naturales. A veces olvidamos que las energías renovables son mucho más antiguas que nosotros, y aquí está, el Río Miera, con su descarga enérgica, para demostrárnoslo.
El puente mayor de Liérganes es testigo del paso del Río Miera, sintetizando, junto al molino y la estatua del Hombre Pez, todo el valor paisajístico y cultural del municipio. Pero más que su utilidad concreta para el molido de los cereales, el río sirvió como pretexto para el emplazamiento de la primera fábrica de cañones del Imperio Español.
En 1617, Juan Curtius, un empresario flamenco y habitual proveedor en Flandes de los ejércitos españoles, decide arrendar el Molino de la Vega y construir una fragua, además de adquirir montes y hierro en sus inmediaciones. Poco después, viendo el potencial de la zona, apuesta por introducir los primeros altos hornos, convirtiéndose ya en el principal productor de cañones para el Imperio.
El lugar cumplía con todos los requisitos para alumbrar una industria floreciente. Desde la madera, que se talaba en los bosques de la zona, empleada para la cocción del hierro, pasando por el mismo mineral, y terminando por el río, que hacía las veces de generador eléctrico para accionar los diferentes útiles necesarios en el proceso de fundición.
Pero estas no fueron las únicas empresas que aprovecharon la fuerza de sus aguas. También se aprovechó para en 1799 construir una presa, la conocida como Presa del Regolgo, que dispone de un doble arco y un contrafuerte central. Gracias a su acueducto lateral el agua es provista de un curso aéreo, desviando así su cauce hasta el molino.
Como podemos observar, los cauces de los ríos son testigos de la acción humana, sirviendo en muchos casos de motor económico y social. El agua y el movimiento perpetuo son sinónimos de vida.